“De La Habana viene un…” gran tren cargado de esperanzas en la paz. Es verdad, también de reclamos a esa parte de la sociedad colombiana armada, para que abandonen los tiempos de la brutalidad violenta, de las guerritas y guerrillas, de la irracional confrontación de muchos contra otros, un reclamo para entre todos franquear esas tormentas y llegar al buen puerto de la tan necesaria como esquiva reconciliación nacional, linderos de la humanidad casi siempre imposibles de alcanzar, pero que al final permitirán seguir tejiendo la juntanza por la vida y lograr la paz con justicia social.

Con la firma de una tregua-bilateral por 6 meses, pareciera que en el ambiente político, académico, económico y social del país quedara suspendida una gran pregunta que, además de lo dicho sobre “la participación de la sociedad” y de los necesarios y valiosos “enfoques diferenciales…”, responda a la inquietud creciente, que, dada la importancia de la firma con ‘presidente a bordo’, es más importante preguntarnos: ¿vale la pena una tregua más?

Si reconocemos este despelote social de violencias, corrupciones, asesinatos a líderes sociales de diferentes campos -desde la política amplia, hasta defensores ambientales-, de guerritas y guerrillas, de tropas paramilitares de diferentes colores y sabores; sí de verdad asumimos este momento de rupturas, cambios y demenciales estrategias comunicacionales, si registramos todos los ruidos de los tiros, vengan de donde vinieren… todo lo anterior y más, como una verdadera tormenta, entonces la pregunta es significativamente crítica y exigente: ¿en medio de tan terrible borrasca una tregua bilateral para qué?

Me atrevo a poner sobre la conversa de estas discusiones una especie de querencia e ir más allá de una ‘tregua bilateral’, desearía que, por las exigencias de los nuevos tiempos y los viejos errores, lo mejor para ponerle fin a esas ya tradicionales pausas, pares, altos al fuego, desconfianzas, treguas… escenarios tradicionalmente vistos como una licencia para luego ‘seguir por las mismas’, con las ya conocidas acciones de secuestros, extorsiones, amenazas y las espantosas formas de matarnos los colombianos en cualquier frontera, o calle, o campo, o emboscada, o asesinato… vale la pena es parar del todo estos estilos y prebendas armadas con variedad de motivaciones que por doquier asalta la confianza en el futuro de vivir mínimo en armonía con la vida.

Treguas a las que casi nos acostumbramos como sociedad permisiva tal vez para “sacarle el cuerpo” a las decisiones grandes, serias, definitivas, responsables y totales, de mi parte, hago referencia a nuestra decisión como M-19 en aquella reunión llamada 10ª Conferencia Nacional en septiembre del año 1989 cuando nos ocupamos de la disposición plena de dejar las armas y ser parte en la construcción de “la democracia plena y la paz” total, convencidos de hacer el mejor aporte discrecional a las futuras generaciones, hijos, nietos y más allá de ellos, con el propósito de dejarles otro país, otra patria, otra herencia diferente a la que recogimos de nuestros padres y abuelos, pero también rescatando valores de la historia de los grandes triunfos que como nación y sociedad tenemos, ni más faltaba desconocerlos.

Es apenas una observación a manera de reclamo y sentimiento desde la vivencia que en los últimos 7 lustros mucho ha ayudado para que se abran los caminos que, luego de perseverancias, dificultades, uno que otro éxito y muchos tropiezos, hoy nos permite ver más cerca el casi imposible futuro del ayer, y con un buen sentido de amor y de responsabilidad por la paz, hacer posible el mañana “para que la vida no sea asesinada en primavera”.

Fabio Hipólito M

Excombatiente del M-19 y parte del equipo de negociación de los acuerdos por la paz de 1989 y 90

junio de /23

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