Según el DANE, una persona joven en Colombia es aquella que se encuentra entre los 14 y los 28 años, y de acuerdo con las proyecciones poblacionales realizadas por esta entidad para 2022 en el país existen 12.656.797 jóvenes, que representan el 24,5% de la población total.

Sin embargo, más allá de la concepción técnica de lo que significa ser joven en Colombia, existen aspectos sociales, culturales y demográficos que construyen una idea de “juventud” que trasciende estos límites y, según cada caso, representa una diversidad importante en tanto a las necesidades que ésta población demanda de la sociedad y, directa o indirectamente, de los entes estatales y gubernamentales que la rigen.

Es por eso, que limitar la idea de juventud a un rango etario específico resultaría insuficiente a la hora de definir los actuares de esta población, pues los “sujetos en condición juvenil” se reconocen más desde la subjetividad de su pensamiento y sus acciones individuales, que desde el rango de edad en que se ubiquen.

Dicho esto, es importante aproximarse a la situación de los jóvenes de Colombia en el tiempo reciente, de la siguiente manera: i) Durante la pandemia, el 68% de encuestados entre los 10 y los 24 años, afirmó que su situación general estaba peor que en el 2019 y pocos sentían que las cosas fueran a mejorar. ii) El 38,84% de los hombres y 40,63% de las mujeres jóvenes se encontraban estudiando, pero, por situaciones relacionadas con el Covid-19 102.880 de ellos se retiraron de los espacios formación. iii) El 4.5% de los hogares consultados señalaron que sus hijos tuvieron que dejar los estudios por temas de conectividad, crisis económica y la marcada diferencia entre los colegios públicos y privados. iv) La cifra de desempleo en los jóvenes en 2021 rondó el 23.10% y el número de desocupados, que no estudian ni trabajan, llegó a los 5,2 millones.

No obstante, la fuerza viva de los jóvenes ha demostrado en la historia reciente de Colombia que no es un órgano inerte a la deriva de la fuerza del viento de turno, ni mucho menos un ente resignado a mantener el camino que por años han instalado para ellos, sino que, pese a las dificultades que evidencian las cifras, la juventud colombiana ha sido capaz de unirse y, por encima de todo, reafirmar su derecho a participar en la construcción del futuro que esperan para ellos y los suyos. A pesar de esto, es necesario analizar por qué la participación de este grupo significativo de la sociedad en las prácticas políticas electorales, que es desde donde se concentran las decisiones que forjan el país, se han mantenido tan poco relevantes, pues si nos fijamos en los datos que arrojan, por un lado, las elecciones presidenciales de 2018, el 43,8% de la población de entre 18 y 25 años no sufragó y las razones principales fueron no inscribir la cédula (38,3%) y desinterés (32,6%), y, por el otro, el porcentaje total de votantes para las elecciones presidenciales de segunda vuelta en 2022, que según cifras de la Registraduría Nacional del Estado Civil fue de 21´418.631 votos entre 39´002.239 personas habilitadas para votar, aunque no se cuenta aún con datos oficiales que permitan analizar de forma desagregada la edad y género de esta población, se puede entrever que el aporte del voto joven, cuyo potencial para estos comicios ascendía a 8´986.997 personas entre los 18 y los 28 años habilitados para votar (23% del censo electoral), mantuvo su tendencia baja de participación.

Por consiguiente, podemos suponer que el desinterés de la juventud colombiana frente a las dinámicas electorales, si bien continúa siendo evidente, no se puede relacionar directamente con su interés de aportar en la construcción del país, sino que nos obliga a apreciar el hecho desde las nuevas formas de interacción social que han ido surgiendo, donde las acciones de estos grupos se encuentran en espacios de atención común, donde sus pensamientos y sentires tienen el mismo peso que el de otros extraños en su misma condición, sin el prejuicio de las jerarquías o el encasillamiento a que obliga lo político. Sobre todo, cuando los espacios donde se supone deberían hacer eco sus intenciones y necesidades particulares se reconocen ajenos y excluyentes.

Por este motivo, el hecho de que los jóvenes voten cuando no lo consideran legítimo, como se evidencia en la más reciente jornada electoral – y todas hacia atrás-, o que no se interesen por formar parte de juntas de acción comunal, Concejos Municipales o Asambleas Departamentales, no significa que sean ajenos a la política, pues la apropiación de su palabra en los espacios donde se han ido encontrando, más allá de las fronteras invisibles de la política tradicional, son clara muestra de que es, de hecho, todo lo contrario. Solamente que esta participación sucede en lugares más propios a sus intereses y sus intenciones, como las marchas, los colectivos artísticos, las asambleas estudiantiles y, sobretodo, el mundo digital, desde donde también, por supuesto, se hace país y se forja futuro.

De esta forma, es evidente que las nuevas generaciones se vienen tomando de manera cada vez más seria el hecho de hacer de Colombia un país con democracia participativa real, desde la que se desafían las nociones de la política tradicional y toman acciones en favor de sus intereses particulares, al punto de haber sido fundamentales en la llegada al poder de un gobierno alternativo que rompe con más de 100 años de historia republicana y que, apoyados en esta fuerza, no permanecerán estáticos al momento de reafirmar sus exigencias de cambio y sostener orgullosos la bandera del nuevo país.

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